Bastante se sabe de Juana de Arco y la cultura popular tiene interiorizada su vida y la forma en que murió. Baste solo remitirse a Wikipedia para profundizar un poco más, aunque para efectos de lo que aquí se expone considero de menor relevancia.
La película sobre Juana de Arco, dirigida por C.T. Dreyer es famosísima y considerada una obra maestra del cine. De su puesta en escena se ha escrito bastante: fue particular la elección de los actores, los decorados, la "sinfonía de rostros", como se le ha denominado, al muy mal trato al que el director sometió a la protagonista, elementos todos que le dan un carácter particular y que refuerzan la narración.
La película se refiere sólo a su juicio. En éste, las acusaciones no son efectuadas en cuanto a la Juana guerrera, que comanda las tropas del ejército francés en contra de sus invasores, sino que por la tarea sagrada que le encomendó Dios que es liberar a Francia de los ingleses. Ciertamente el film empatiza con ella, pero no para comprobar la verosimilitud de los mensajes que recibe desde su niñez en torno a su misión, sino en cuanto ella se irroga la calidad de "enviada" de Dios. Nótese que sobre el particular no existen muchas diferencias en torno al juicio al que fue sometido Jesús -y del que creo hay numerosas referencias en el film en que ambas situaciones se homologan-. Frente a una situación de este tipo, en que alguien invoque haber sido objeto de mensajes angelicales o de una misión encomendada de carácter sagrado, no existe la posibilidad de negarlas per se: nadie en principio puede decir que Juana NO recibió ese mensaje ni se le encomendó una misión divina. El juzgamiento contra este tipo de hechos, en términos OBJETIVOS -léase, objetivos- no puede ser condenado, en principio porque no existe delito alguno en señalar que se reciben, ni existe comprobación empírica que pueda despreciarlo. Es bastante paradógico en realidad que sean los propios creyentes quienes sean los primeros en negar situaciones de este carácter, por cuanto el basamento de sus premisas religiosas parten de hechos análogos entre sí: trato de decir en este punto que quien en un muchacho nacido en la pobreza extrema sea hijo de Dios, a priori, no "debería" deslegitimar a otro que también señale encontrarse en el mismo estado. En ambos casos, el de Jesús y Juana, son los propios defensores de las creencias, los eruditos y estudiosos en materias teológicas, quienes se encargan de condenar estas conductas por considerarlas "herejes". Tampoco se trata de ser crédulo: no todo aquél que se pretenda mensajero, profeta o santo efectivamente lo es, lo que se busca es patentar la paradoja del creyente incapaz de creer en lo mismo pero con otros personajes.
Así las cosas, no cabe dudas que los juicios conocidos en la historia respecto de estas situaciones son una verdadera farsa: Juana y Jesús estaban condenados desde antes de ser sometidos a juicio y no tenían posibilidad de salir como "inocentes" o exentos de "culpa". El objetivo de estos procesos es buscar entonces la declaración del delito y conseguir el "arrepentimiento" del acusado, con el sólo objeto de perpetuar el status quo y, en definitiva, el monopolio que las autoridades religiosas juzgadoras tienen sobre asuntos de fe. Esta vuelta tan larga justifica entonces que el film se llame "La Pasión de Juana de Arco" y no "El Proceso de Juana de Arco": lo mostrado es el sufrimiento humano ante una condena. Lo que no sabemos es si esa condena es justa (hablamos de justicia en términos de la Edad Media, en donde la herejía era un delito condenado con la muerte), por cuanto no se podrá probar jamás de manera objetiva y sin recurrir a la fe o al misticismo -o a una objetividad bastante cuestionable- que los hechos considerados como "reprochables" y materia de cargos, sean verídicos o no.
No obstante, hay algo respecto de este tipo de películas que son ambivalentes: me atrevería a decir que cualquier espectador "cree" que Juana es una santa y que sus juzgadores son una manga de cerdos despiadados. Y aunque es probable que así sea, no dejo de pensar en que cualquier persona racional actuaría como esos cerdos si debiera tomar posición situaciones de esas características: ¿qué haría usted si descubriera que X personaje, por orden de Dios, busca liberar a su pueblo oprimido? Piénsese en un mapuche, un vasco o un checheno, ¿lo juzgaría? A lo menos yo haría una mueca, cuando menos, y eso es porque es difícil para cualquiera aceptar que otro, igual a mí, se considere un mesías. La empatía, de ser posible, se encuentra en la posición de libertador de opresores, pero muy dificilmente en su carácter de misión divina.
Quizás se ría al lector si le digo entonces que el film es un drama humano respecto de un personaje extraordinario y que pasó a la historia por su destino y fin trágico, lo es que evidente. Sin embargo, lo que trato de señalar en estas líneas que nuestra conmiseración hacia Juana no se puede deber a su calidad de Santa o enviada de Dios, sino únicamente como un ser humano que es condenado a muerte. Tampoco se pretende con ello aminorar su imagen o disminuir su pasión; no por ello se debe perder el drama intrínseco que se suscita cuando sabemos de una persona que es condenada a morir por sus creencias, máxime si la pena es la hoguera...una barbarie. Hay, no obstante, una cuestión maravillosa en torno a la percepción que tenemos de los personajes: al inicio todos tienen bastante delimitados sus caracteres y no existe mucho que escarbar respecto al rol que tendrán en el desarrollo del film. Ellos tienen un destino trazado anterior al film: Juana sabe que morirá por su fe y los jueces saben que deben condenarla. Mas, el que la escupe, el que la traiciona y el que la juzga van cediendo emocionalmente ante la terquedad y la nobleza moral de Juana, quien enfrentada a un interrogatorio espúreo y la amenaza de torturas no decae; incluso es ella misma, en su oportunidad, los enfrenta y condena. Juana posee una fe segura, aunque no arrogante. Su sufrimiento nos es traspasado porque ella, siendo tan humana como nosotros, ha alcanzado, sea por gracia divina o por la convicción de sus creencias, una posición que la ha acercado a Dios. Su posición no sólo llega al corazón del espectador -que ya tiene ganado desde un principio-, sino que también corroe el de sus sentenciadores.
La fuerza del film no es otro que ese traspaso a través de la cámara de los sentimientos de los protagonistas. Palpamos el sufrimiento de Juana, el desdén de los jueces, la conmiseración del fraile que cree en ella. Sentimos pavor ante la amenaza patente de la tortura física. Experimentamos el dolor de Juana cuando su cabello cae hasta dejarla en una calvicie horrorosa y también la desazón del pueblo que se levanta porque "han matado a una santa".
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