Vuelvo al cine. Esta vez para hablar de una película del director polaco Krzysztof Kieślowski, famoso por la trilogía de los colores (Blanco, Azul, Rojo) en una coproducción polaco-francesa y que, según las malas lenguas, hacen relación a los ideales de la Revolución Francesa.
No Matarás es del año 1988 y es fruto de la profundización del famoso Decálogo que hizo el director para la televisión de su país.
Fuera de la trivia, la película cruza la historia de tres personas de lo que aparenta ser el Varsovia de la década del ochenta: un jovenzuelo sin rumbo aparente, un taxista muy poco simpático y un abogado candoroso. Mientras el muchacho no parece tener un rumbo conocido, sí disfruta haciendo algunas maldades; el taxista parece carecer enormemente de al menos un poco de amor al prójimo y el futuro abogado, aprobando su examen para convertirse en abogado sale feliz para conquistar el mundo.
Como no quiero contar más detalles de la trama, sí quisiera referirme un poco a lo que algunos críticos han visto de esta obra: un manifiesto explícito contra la pena de muerte. Parece haber algo de eso cuando el postulante a abogado está respondiendo a las preguntas de su exámen, en donde se le pregunta por la "prevención general" del sistema penal. Para ahorrar latas innecesarias, esta teoría justifica la pena de un delito no sólo con el objeto de que el delincuente "pague" su falta, sino que también para servir como amedrentamiento a la sociedad a fin de repeler este tipo de conductas. La respuesta del futuro abogado, en la película es de este tenor, y que, en el fondo, es la venganza del Estado frente al que realiza una conducta indeseada por la sociedad.
Ahora bien, creo que no falta ser superdotado para deducir que en la película habrá un crimen. Obviamente la película no lo justifica y también parecería burdo tratar de justificarlo: parece ya una convención social bastante aceptada que nadie, independientemente de los motivos, tiene derecho a quitar la vida del otro. En la obra el crimen parecería movido por dos móviles, uno de carácter externo y uno subjetivo o interior, pero ninguno de ellos haría que el espectador pudiera defender al asesino.
Sin embargo, en donde sí parece que el espectador puede asumir la posición del asesino es en la pena impuesta por el Estado. La pena de muerte como castigo contra el asesinato pareciera una pena desproporcionada considerando que, como quiera que matar es una conducta prohibida social y jurídicamente, durante todos los tiempos han ocurrido asesinatos independientemente de la prohibición como de la crudeza de su sanción. El director en este caso entrega un relato crudo de alguien que pierde la vida y de la misma forma en que se la quitó a otro ser humano, lo que a primera vista parece justo; sin embargo, nadie cumple sus objetivos: la víctima no revive ni sus familiares lo tienen de vuelta; el Estado no logra disminuir o eliminar los homicidos ni el ofensor alcanza a expiar sus culpas. La pena de muerte entonces se transformma en una banalidad solamente sometida a la venganza del Estado que aplica, sin más, le ley del Talión. Es un poco de lo que hablaba Hannah Arendt en su libro sobre el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén: pese a que se logró comprobar que el ex-funcionario nazi formó parte de la maquinaria alemana que eliminó judíos y otras personas en los campos de concentración, su muerte sin más no significa apenas un acto de desagravio contra las víctimas del Holocausto. Es obvio que ambos casos -el del asesino de No Matarás con los nazis involucrados en el Holocausto- no tienen relación alguna ni son equiparables. Sin embargo, al analizar el caso Eichmann -que fue llevado a la horca en Jerusalén- y el joven vago de Kieslowsky -que tiene una pena similar-, podemos encontrar una similitud enorme: la repulsión al homicidio institucionalizado mediante la pena de muerte.
Ahora bien, volviendo a la película, es difícil de digerir debido a una estética que no había visto antes: uso de filtros en el objetivo, degradados y una especie de sepia que dota al film de un aspecto lóbrego, mezclado con un aire de muerte que se palpa durante todo el film.
Excelente película, véala.
No Matarás es del año 1988 y es fruto de la profundización del famoso Decálogo que hizo el director para la televisión de su país.
Fuera de la trivia, la película cruza la historia de tres personas de lo que aparenta ser el Varsovia de la década del ochenta: un jovenzuelo sin rumbo aparente, un taxista muy poco simpático y un abogado candoroso. Mientras el muchacho no parece tener un rumbo conocido, sí disfruta haciendo algunas maldades; el taxista parece carecer enormemente de al menos un poco de amor al prójimo y el futuro abogado, aprobando su examen para convertirse en abogado sale feliz para conquistar el mundo.
Como no quiero contar más detalles de la trama, sí quisiera referirme un poco a lo que algunos críticos han visto de esta obra: un manifiesto explícito contra la pena de muerte. Parece haber algo de eso cuando el postulante a abogado está respondiendo a las preguntas de su exámen, en donde se le pregunta por la "prevención general" del sistema penal. Para ahorrar latas innecesarias, esta teoría justifica la pena de un delito no sólo con el objeto de que el delincuente "pague" su falta, sino que también para servir como amedrentamiento a la sociedad a fin de repeler este tipo de conductas. La respuesta del futuro abogado, en la película es de este tenor, y que, en el fondo, es la venganza del Estado frente al que realiza una conducta indeseada por la sociedad.
Ahora bien, creo que no falta ser superdotado para deducir que en la película habrá un crimen. Obviamente la película no lo justifica y también parecería burdo tratar de justificarlo: parece ya una convención social bastante aceptada que nadie, independientemente de los motivos, tiene derecho a quitar la vida del otro. En la obra el crimen parecería movido por dos móviles, uno de carácter externo y uno subjetivo o interior, pero ninguno de ellos haría que el espectador pudiera defender al asesino.
Sin embargo, en donde sí parece que el espectador puede asumir la posición del asesino es en la pena impuesta por el Estado. La pena de muerte como castigo contra el asesinato pareciera una pena desproporcionada considerando que, como quiera que matar es una conducta prohibida social y jurídicamente, durante todos los tiempos han ocurrido asesinatos independientemente de la prohibición como de la crudeza de su sanción. El director en este caso entrega un relato crudo de alguien que pierde la vida y de la misma forma en que se la quitó a otro ser humano, lo que a primera vista parece justo; sin embargo, nadie cumple sus objetivos: la víctima no revive ni sus familiares lo tienen de vuelta; el Estado no logra disminuir o eliminar los homicidos ni el ofensor alcanza a expiar sus culpas. La pena de muerte entonces se transformma en una banalidad solamente sometida a la venganza del Estado que aplica, sin más, le ley del Talión. Es un poco de lo que hablaba Hannah Arendt en su libro sobre el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén: pese a que se logró comprobar que el ex-funcionario nazi formó parte de la maquinaria alemana que eliminó judíos y otras personas en los campos de concentración, su muerte sin más no significa apenas un acto de desagravio contra las víctimas del Holocausto. Es obvio que ambos casos -el del asesino de No Matarás con los nazis involucrados en el Holocausto- no tienen relación alguna ni son equiparables. Sin embargo, al analizar el caso Eichmann -que fue llevado a la horca en Jerusalén- y el joven vago de Kieslowsky -que tiene una pena similar-, podemos encontrar una similitud enorme: la repulsión al homicidio institucionalizado mediante la pena de muerte.
Ahora bien, volviendo a la película, es difícil de digerir debido a una estética que no había visto antes: uso de filtros en el objetivo, degradados y una especie de sepia que dota al film de un aspecto lóbrego, mezclado con un aire de muerte que se palpa durante todo el film.
Excelente película, véala.
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