Creo que estoy pronto a cumplir dos años con esta manía de la fotografía que me ha dado y, por suerte, no he decaído un solo segundo. Como casi siempre ocurre cada vez que iniciamos un nuevo proyecto o emprendimiento -por favor, no lo tomen en el sentido económico del término- suele ocurrir que luego del entusiasmo inicial, dicho impulso suele decaer. Pues eso conmigo no ha ocurrido: he tratado de leer más sobre técnica fotográfica, he tratado de ver el trabajo de otros fotógrafos en la red (flickr, 500px, hay mil alternativas) y, en la medida de lo posible, he tratado de ir adquiriendo equipo y, porqué no decirlo, dándome unos gustitos.
Mi formación artística sin duda es deficiente y por eso he tratado de suplir esa carencia mediante la lectura, el aprendizaje autodidacta y mucho ensayo y error. En el camino se ha desperdiciado un montón de material, pero hay cosas en las que creo que he ido mejorando. Sin embargo, la piedra en el camino ha sido otro que el propiamente técnico o material: sobre qué hacer fotos. O más profundo aún: ¿qué es lo que quiero fotografiar?
Cuando la pregunta llega de frentón al inicio, pareciera la respuesta fácil: a todo. En las primeras experiencias queremos tener las mejores fotos de todo: el mejor paisaje, el mejor macro, el retrato con el fondo desenfocado, etc., lo cual lleva al camino fácil: ampliar el equipo para hacer de todo. En lo poco que conozco este mundo sólo hay una cosa que tengo clara: la fotografía es un arte -o hobbie, para mí- carísimo. Comprar una cámara más o menos seria es una inversión en plata importante y después es fácil perderse en un montón de otros ítems: lentes, flashes, parasoles, filtros, triggers, otra cámara, uffff. Pero si uno tiene conciencia al menos que no puede tenerlo todo en la vida, ya un mínimo criterio económico obliga a tomar una decisión importante y que repercutirá en el desarrollo artístico: los recursos económicos permiten adquirir equipamiento para determinados tipos de fotos y, por ende, no se podrá utilizar debidamente en otro.
Mas, obviamente la respuesta ante estas menudencias es un poco obvia: es mejor adquirir el equipo sabiendo lo que haremos con él, lo que obliga a tomar una decisión ex-ante. En lo que respecta a mi experiencia personal, he tratado de sacarle fotos a casi todo lo imaginable y creo que de alguna forma he ido encontrando un poco lo que más me gusta, lo que me ha hecho adquirir cosas que no necesito y a vender lo que ahora extraño. La decisión sobre lo que quiero fotografiar aún se encuentra muy lejos de tener una respuesta, pero por ahora he encontrado directrices, en las que enfocaré más adelante, quizás.
Por ahora quisiera adelantar la admiración profunda que siento por el blanco y negro (o escala de grises, como dirían los puristas). La fotografía como la conocemos hoy nació en blanco y negro, mientras que la introducción del color se transformó en una revolución similar a la que sufrió la televisión o el cine, en su tiempo; sin embargo, estos hechos no han hecho desaparecer al b&w de la escena artística: el cine es pródigo en producciones recientes en blanco y negro (casos que se me vienen a la mente como "Cesare deve Morire" de los hermanos Taviani o "El Caballo de Turín" de Béla Tarr, esta última de una fotografía exquisita) y para qué vamos a hablar en fotografía, en donde aparece tomar un segundo aire con el resurgimiento del formato análogo y la facilidad del proceso de conversión de color a b&w en digital.
Ejemplos de maravillas fotográficas o del cine abundan en la red para darme la razón sobre la maravilla del blanco y negro: pienso en la fotografía de las películas del expresionismo alemán de principios del siglo XX, de las grandes obras del cine negro para el que el blanco y negro parecía estar diseñado (piénsese en "Amanecer" de Murnau, "Sed de Mal" de Welles, "Andrei Rublev" de Tarkovsy, y un sin fín). En fotografía fija me atrevería a decir que sus manifestaciones alcanzaron cotas de belleza y expresión cercanas a la perfección: sólo véase el trabajo de Cartier-Bresson, de Ansel Adams, de Cecil Beaton, de Frank Capra, de Dorothea Lange como ejemplos.
¿Razón aparente para esta belleza? Al parecer no hay una racional. Pese a que ya desde la época de Ansel Adams existían ya acabados estudios sobre el tratamiento del negativo en blanco y negro antes que él le diera el carácter marcado de "dogma", pareciera que las razones gravitan en lo que expresaba Tarkovsky en "Esculpir en el Tiempo": pese a que el color aprehende la realidad tal como la concebimos, la experiencia de percibir el color, aparte de otorgar información sobre la "pigmentación" de las cosas, viene además con una fuerte carga valórica explicada en la denominada "psicología del color". Es claro que, fuera de determinadas excepciones que ponen a prueba las reglas generales, la percepción de un color u otro a nivel consciente o inconsciente nos transmite una sensación. La pintura esto lo conoce desde sus orígenes, en donde la composición de una obra podría obedecer únicamente a criterios cromáticos, haciéndose patente más aún cuando Cezanne aludía a la aprensión del color como la forma en que percibimos el mundo. Sin embargo, el director ruso prefería el monocromo debido a que permitía entregar la esencia del momento, mostrar la fuerza expresiva del plano cinematográfico en el que la temporalidad del mismo transcurriera en ese mismo instante, sin que el espectador percibiera estas sensaciones a través del color.
Obviamente que ni por asomo pretendo siquiera insinuar una supuesta superioridad del b&w sobre el color. Además de erróneo es francamente estúpido. Una foto no es buena sólo porque está en uno u otro formato, sino porque la fuerza expresiva de la foto se ve reforzada por la utilización del formato escogido. De lo que ya estoy seguro es que una fotografía en blanco y negro sin mucho que contar, más que en un ejercicio artístico se ha transformado en el argumento de salvar una fotografía destinada a ser desestimada o en un mero alarde técnico: en lo personal tengo muchas situaciones en que, no pudiendo salvar una foto en color he tratado de transformarla para salvarla. En algunas ocasiones el intento puede dar sus frutos, ya que considero que hay determinadas fotos que pueden funcionar en un formato y no tener ninguna aspiración en el segundo; pero en la mayoría de las veces esta mutación no significará más que la confirmación de una foto que nació muerta.
Decía Néstor Almendros, director de cine y fotografía, en su libro "Días de una Cámara" que era tremendamente difícil hacer algo en blanco y negro que fuera de mal gusto. También por ahí va mi fascinación por el blanco y negro: otorga una atemporalidad única, permite fijar la vista en las texturas, en los contrastes, en las líneas, en la disposición de los elementos dentro del encuadre. No necesitamos el color para obtener mentalmente más información de la imagen: tenemos suficiente experiencia adquirida para saber que en un paisaje los árboles son verdes y el cielo azul: no necesitamos verlo directamente ya que nuestro cerebro lo hace por nosotros: he aquí donde el blanco y negro refuerza lo otro que habitualmente no se ve, como la textura de las hojas, la presencia o no de elementos no habituales, la observación de los objetos y hasta sentirlos táctilmente al notar su textura o rugosidad (piénsese en el tronco de un árbol añoso e inmediatamente el deseo que tenemos de palpar con los dedos sus hendiduras, por ejemplo).
Ufff, me extendí. Fotos en las próximas entradas, espero
Si alguien lo lee, mis agradecimientos.
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