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Unforgiven: sobre las viejas glorias y el dolor

Unforgiven/Sin Perdón/Los Imperdonables

TÍTULO ORIGINAL Unforgiven
AÑO 1992
DURACIÓN 127 min.
PAÍS Estados Unidos
DIRECTOR Clint Eastwood
GUIÓN David Webb
MÚSICA Lennie Niehaus
FOTOGRAFÍA Jack N. Green
REPARTO Clint Eastwood, Gene Hackman, Morgan Freeman, Richard Harris, Jaimz Woolvett, Saul Rubinek, Frances Fisher, Anthony James, Anna Thomson
PRODUCTORA Warner Bros. Pictures / Malpaso Company

Discúlpenme si esperan ver una crítica avanzada de cine, sólo hablo del espectador que disfruta de una buena película. No manejo aspectos técnicos y menos tengo la desfachatez de evaluarlos. Sólo me manifiesto respecto de lo que mis ojos ven y el corazón siente.
Puedo decir que con Unforgiven mis ojos vieron mucho y mi corazón aún más. una película que habla de los vejámenes que deben sufrir las mujeres que dedican su vida a la profesión más antigua del mundo, de las (in)justicias, la venganza, la injusticia, la culpa y la redención.
Basada en los clásicos filmes en que Eastwood era el más rápido del Oeste estadounidense, Unforgiven se olvida de las nimiedades, de los barzuchos pasados a tabaco y de las grandes sumas de dinero jugadas en el póker. Mientras una prostituta es castigada duramente por esbozar una burla por un detalle secundario y estúpido de un cliente ebrio, el sheriff aplica la justicia condenando a los infractores a una pena igualmente ridícula y que, obviamente, no busca la reparación del mal causado a la víctima, sino que una compensación al dueño del prostíbulo por los perjuicios que ello le produjo.
La sed de justicia/venganza que las colegas de la mujer de vida dispendiosa, como dirían los conservadores, esperan no se hace sentir: una recompensa de mil dólares se pagará a aquél que nuble los ojos de los culpables. Gracias a ese llamado se cruzan las historias de un padre de familia, ex alcohólico y asesino despiadado, dedicado al cultivo de la granja y el cuidado de sus cerdos, alejado de toda maldad, pero con condiciones precarias y una tristeza en el alma por la pérdida de la mujer que le enmendó el rumbo. Cargado de preocupaciones y cuya salud y edad le impiden darle a sus hijos una vida digna, lo lleva a emprendar una última aventura con su antiguo compañero de fechorías y un muchacho que, de ínfulas de maldad y sus deseos vigorozos de transformarse en un duro del Oeste.
Es increíble como a cada momento del film aparece el arrepentimiento del antes asesino: como las culpas se atesoran en su mente a cada minuto, reprochándose a cada momento del dolor creado, de las injusticias cometidas, de los vejámenes generados y del dolor que habita en su corazón. Se culpa por la muerte de su esposa, condena su pasado oscuro y le aturde que su juventud sea un modelo para un muchacho que aspira a ser como él.
En la otra acera se encuentra el auténtico duro, aquél que conoce los placeres, pero los mantiene a raya. Aquél que con un sentido de justicia y paz ciudadana de cualquier otra conservador, de aquel que detesta la inquietud en su rancho, pero no duda en ejecutar la violencia para mantenerlo. La ley en el pequeño pueblo revive las veijas glorias de los asesinos de antaño, de los que han vivido de los temores de los demás. Las historias del Oeste se suceden: hay quienes las culpan, otros que viven de ellas recolectando una muy mala fama, pero respetada. Hay quienes buscan en ese pasado una especie de trascendencia que quiere inmortalizarse, de ser objeto de adoración, de admiración.
La noción de la justicia en el film suele ser dolorosa, pero terriblemente real. Hay quienes se preguntarán si muchos de los personajes merecen morir en realidad, si podemos pagar con nuestras culpas de otra forma que no sea con la muerte. ¿Es justo pagar un precio tan alto por culpas ajenas?. Visiones refractarias de la muerte y la venganza: de las formas en que se consigue la verdad, en la forma en que vemos la realidad.
El desenlace por cierto es lo de menos: el encuentro definivo por parte de aquel cuyas tribulaciones de una mente castigada por la culpa no menguan si la injusticia y la misma culpa acechan en una existencia atrofiada por el dolor. La soberbia del que tiene la justicia en sus manos con la voz del que cree encarnar la justicia se encuentran definitivamente, es una mezcla magistral del verdadero sentido de lo que debería entenderse por drama.

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