No fue sino hasta entrada mi adolescencia cuando realmente armé carácter y comencé a forjar verdadero gusto musical. Crecí en la época en que el cassette aún permanecía enteramente vigente pero el CD ya empezaba a marcar la pauta, aunque el auge vino con la destrucción masiva que significó la popularización del mp3. Desde mis modestísimos presupuestos infantiles y hasta ahora, una incipiente adultez, he pasado por las distintas tecnologías y, no es casual, tratando de acomodarme a todas.
No es la intención hacer un repaso nostálgico por esas etapas. En el siglo XXI el predominio es casi, casi completo en digital y las reservas análogas son igual de reducidas que en el mundo de la fotografía –sino más acotadas aún-. El objetivo de estos apuntes es compartir aprendizaje y señalar, desde mi experiencia cómo es que me he introducido a un mundo del que me falta montones por aprender, pero del que creo pueden beneficiarse varias personas que busquen, en términos relativos, obtener la mejor calidad de sonido con presupuestos acotados. Es desde ya imperioso recalcar que manejo nulo lenguaje relacionado con el mundo audiófilo, no tengo idea de cómo hacer un do en ningún instrumento, y en general siempre me he guiado por mero instinto auditivo. Tampoco es mi intención hacerlo, dado que en lo personal la búsqueda es buscar la mayor calidad de sonido no en términos objetivos, sino siempre a través desde la experiencia.
Por el tipo de música que escucho nunca he sido una persona bienvenida para poner música en ambientes abiertos, la experiencia –y mi personalidad, creo- me han hecho hombre de auriculares (en adelante audífonos, es la expresión más utilizada en Chile, aunque sé que incorrecta) y de audio portátil. Y resulta que este mundillo es enorme: a los reproductores llamados de mp3 (DAP en su expresión correcta), se suman los teléfonos inteligentes –que me parece que en estos momentos son los más masificados por razones obvias-, tablets, notebooks, etc.; hay audífonos de todos los tipos (earbuds, in-ear, over-ear, etc.), marcas (conocidas y no tanto) y precios (desde U$2 al infinito); y por último, una serie interminable de accesorios (cables para audífonos, protectores de reproductores, almacenamiento independiente, amplificadores, etc.). Por supuesto, no conozco ni el 10% del total de posibilidades que existen y creo difícil que alguien pueda hablar desde la experiencia personal de todo lo que ofrece el mercado. Por ende, será la información que podamos obtener directamente (probando los artículos personalmente) o de la que circule en internet a través de reviews u opiniones de usuarios, cómo es que se podrá separar la paja del trigo si lo buscado es mejorar la experiencia de sonido.
Sin embargo, hay algo primario, que se encuentra antes que los dispositivos que usaremos para escuchar música (minicomponentes, equipos de sonido, el televisor, subwoofer, audífonos, altavoz del auricular, y un sin nunca acabar etcétera) y es la calidad de la fuente a reproducir, es decir, de la calidad del archivo de audio. Es a ello que se aboca esta primera parte de las Notas.
El ultrareconocido y más famoso de los formatos es el MP3, por ser el que más circula a través de la red, pero no es el único: existen otros archivos similares al mp3 conocidos como “con pérdida” (o lossy en anglosajón) como OGG, WMA, M4A, etc., y los “archivos sin pérdida” (o lossless) como los FLAC, APE, ALAC, entre otros, cuyas diferencias los invito a que revisen en el link. La diferencia entre ellos, en sencillo, es la cantidad de información que alojan y la forma en que lo hacen. No obstante, en teoría, mientras más información contengan mejor será la calidad del sonido (lo que para estos efectos sería equivalente a fidelidad: es lo más cercano a lo que se efectivamente se grabó o salió del estudio, por decirlo de algún modo). Naturalmente, son los formatos de audio sin pérdida los que, insisto, en teoría, deberían dar mayor calidad en término de fidelidad al original grabado. Pero nada es absoluto: el MP3 –como todos los formatos lossy- funcionan casi con la misma premisa, rebajar el peso del archivo con la menor pérdida de información posible y, por ende, en la compresión, se busca eliminar todo aquello que puede ser descartado, esto es, aquel espectro del sonido que el oído humano no es capaz de percibir o si, de hacerlo, es marginal. Por regla general, el MP3 codificado a una tasa de 320kbps es el que otorga la mayor calidad (por ejemplo el M4A, desarrollado por Apple en todos sus iDispositivos la alcanza 256kbps), mientras que los formatos sin pérdida superan altamente ese número.
Cuando comencé a escuchar música vía mp3, lo que más se estilaba era la compresión máxima del archivo a objeto de disminuir peso. No es extrañar que los primeros reproductores mp3 que salieron al mercado de forma masiva estuvieran enormemente limitados en cuanto a capacidad (yo tuve uno de 128mb), lo que sumado a la lentitud de las conexiones de aquella época y, creo, a la poca conciencia respecto a la calidad de estas compresiones, no extrañara que el peso de los archivos fuera muy bajo, habitualmente en una tasa de compresión de 128kbps. Actualmente, esos problemas se han extinguido gracias al desarrollo de la tecnología. Sin embargo, la conciencia sobre la calidad del archivo de sonido no ha tenido la repercusión que, por ejemplo, alcanzaron los reproductores portátiles desde la salida de los ipod y los celulares y es mucha de esta música que aún circula por la red.
No quisiera meterme al respecto de los distintos archivos de sonido existentes, ni hacer una valoración respecto de los mismos, sino que apreciaciones. Aparte de los que he mencionado existen en el mercado otros formatos de audio conocidos como SACD o DSD (entre otros) en que la calidad es altísima (HiFi en pleno), pero no tengo experiencia con ellos, por lo que no puedo referirme. A quienes lean estas líneas no les solucionaré mucho las cosas, debido a que existen muchos tipos y niveles de compresión y quizás para facilitar las cosas es mejor detenerse en unos pocos, por ahora. De todos modos, sí es muy conveniente saber cómo es que opera la compresión en términos gráficos y para estos efectos existe un programa genial llamado Spek el cual analiza el espectro acústico de un archivo de sonido. A continuación les mostraré ejemplos de una misma canción que ha sido convertida a distintos formatos. El primero es FLAC (sin pérdida), el siguiente es un MP3 con una tasa de 320kbps y la última es un MP3 a 128kbps. Es fácilmente apreciable la diferencia gráfica entre éstos, siendo la compresión a 128kbps es dramática. El MP3 a 320kbps, como ven, “corta” las ondas que superan los 20Khz que es el límite que puede percibir el oído humano (aunque este número es también relativo, depende de la sensibilidad propia de cada persona de su sistema auditivo, lo que incluso puede estar relacionado con la edad, entre otros factores).
Mp3 320kbps |
Mp3 128kbps |
Flac |
El programa que les expuse anteriormente no sólo permite analizar cómo es el comportamiento de un archivo de audio, sino también es útil para detectar archivos falsamente codificados (o fakes), que, en simple, suponen tener que tienen una calidad determinada, pero que al analizarla arroja una distinta (y probablemente inferior). Lo anterior puede ocurrir, por ejemplo, si se convierte un mp3 con un formato de compresión bajo a otro mayor, e incluso a un formato sin pérdida, cuestión que, créanme, no es poco común, sobre todo si se descarga música de internet. Ello se explica, en parte, por la candidez de quienes creyeron que aumentando la calidad del archivo mismo podrían mejorar el sonido de la fuente original, cuestión que naturalmente no es así. En otras ocasiones, la mentira no se explica más que por la vileza humana…En lo que importa, veremos cómo detectar un fake que se encuentre en sus archivos musicales, con el ejemplo que viene a continuación:
Fake: Supuesto mp3 320kbps |
Como ven, el archivo es un MP3 que se supone está a una tasa de 320kbps, pero que en realidad, es un archivo transformado y que no supera en ningún caso los 192kbps. Este caso también puede corroborarse en ejemplos igual de comunes como MP3 a 320 kbps que fueron transformados a lossless (como FLAC),pero que son delatados por sus gráficas que son iguales al mp3 320kbps. Inclusive, no ha sido raro que las empresas que venden música a través de la web ofrezcan MP3 convertidos a FLAC con el cobro adicional por ser lossless. El consejo es que revisen su biblioteca y compren en aquellas tiendas en que se especifique claramente la proveniencia del archivo que se descargará y que tenga buenas referencias de sitios especializados.
En el último tiempo he tratado de mudar la mayoría de la música que poseo a formatos sin pérdida y, en los casos en que esto no sea posible, al menos tener archivos en formato mp3 con la máxima tasa de transferencia (real, sin fakes). Pese a todo, existe un buen ejercicio por el cual podremos ver si existen diferencias reales entre distintos formatos de audio y distintas tasas de transferencia, simplemente escuchándolos. Dejaré colgados los archivos de audio que sirvieron para hacer las tres primeras gráficas para que puedan descargarlos y así constaten en la práctica si pueden percibir las diferencias entre ellos.
Y para cerrar lo que a esta primera parte se refiere, es que la reproducción de música no puede ser analizada desde una sola de sus aristas, acá sólo analizamos brevemente lo que se refiere a formatos de audio y compresión, pero dejamos sin analizar los reproductores y los audífonos, los que influirán decididamente en el resultado final. Tanto es así que no todos los reproductores portátiles “leen” formatos sin pérdida; que existen diferencias en cuanto a calidad de sonido entre reproductores portátiles, entre éstos y los celulares, y obviamente entre los celulares mismos, lo que no necesariamente va unido a mayor o menor precio. Incluso más que la calidad, los distintos reproductores ofrecen también “perfiles de sonido”, esto es, a qué frecuencia de onda les darán mayor predominio (o si no lo harán a ninguna). Lo que he dicho respecto a los reproductores en general (incluyendo celulares, tablets y el etcétera sinfín) también vale para los audífonos: a las marcas y diseños se les añaden perfiles de sonido que resaltan algunas frecuencias sobre otras, que tampoco están condicionadas en términos de precio…Ergo, la reproducción debe ser entendida como una cadena en donde todos los eslabones deben cumplir con los estándares que buscamos en la reproducción de sonido. La idea obviamente será verlos todos.
En la redacción de lo que será la tercera entrada de estas notas audiófilas me pareció necesario hacer una aclaración respecto a los archivos de audio. En este post decididamente aconsejo saltar de música sin pérdida a los comprimidos, como vimos (aunque, como quiero manifestar también de forma decidida, el oído manda, si no existe ninguna diferencia entre los archivos anteriores, entonces no hay necesidad de dar el salto).
Sin embargo, en este post me salté los archivos que se entienden como HI-Res. Cuando redacté este post, sólo me referí más profundamente a la compresión en las frecuencias, pero escapé de un asunto importante respecto a la tasa de compresión (creo que ese link es bastante decidor al respecto), ya que los MP3 y similares casi generalmente tienen una tasa de 16 bits, mientras que los formatos sin pérdida alcanzan los 24 y hasta los 32 bits. Esto, en resumen, significa un montón de información adicional contenida en el archivo. Del mismo modo, estos formatos permiten la obtención de archivos con tasas de muestreo que alcanzan los 192 khz (versus los derivados del CD -PCM- que son los 44,1 khz). En resumen, se trata de archivos de audio que ofrecen una mayor cantidad de información por pista y, por consecuencia lógica, ser mejores -en específico rango dinámico y relación señal/ruido. Las diferencias entre los distintos tipos quedan claros en este artículo.
De todo esto quiero rescatar lo siguiente: se encuentra absolutamente discutido que los archivos de audio con tasas de compresión y rango de muestreo mayores a las que otorga un CD (16bits/44,1khz) sean superiores en términos de calidad sonora. Sin entrar en la discusión técnica, lo que sí está en entredicho es la capacidad de notar diferencias en uno y otro caso o si, de ser perceptibles, sean tales como para justificar el desembolso en equipos (y dinero, por supuesto).
Sin embargo, hay otra cosa relevante al respecto y que es poco comentada. Lo importante en este caso es la calidad de la grabación y cómo después llega el producto final a nuestros oídos. Este producto final no es la grabación bruta de los músicos, sino que se trata de un proceso de mezclas y arreglos, de los que resulta un producto final que es el que llega al usuario. De ahí que, entonces, habiendo varias "versiones" de esta grabación final, se obtengan sonidos ligeramente diferentes entre dos álbums y pese a que provienen de la misma grabación -pido perdón desde ya por los errores-. Muchas de estas "remasterizaciones" más que mejoras han significado un fenómeno conocido como "loudness war" y que se puede leer en diversas partes, específicamente aquí, acá y en un montón de lugares más. Entrar de lleno en esta materia pasa con creces el objeto de este post.
Desde ahí que, antes de obtener contenido musical paso regularmente a la página Dr.Loudness-War para verificar las diferencias existentes respecto del mismo disco. Respecto de la música docta, las referencias siempre han sido en comunidades de personas que pueden distinguir matices entre diversas grabaciones, parámetros en los que no sólo influye la calidad de la grabación, sino los matices introducidos por los diversos directores/intérpretes.
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